Por Luis de la Paz.
Fuente: Diario Las Américas.
Publicado el 25 de junio de 2011.
Testigo excepcional de las reuniones en la Biblioteca Nacional, en junio de 1961, el escritor Matías Montes Huidobro rememora aquellos momentos y señala las consecuencias que la tristemente célebre frase: “dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución nada”, significó para el movimiento cultural en la isla.
1.—¿Qué estaba pasando en el ambiente social y cultural cubano, en los meses previos a las reuniones en la Biblioteca Nacional?
—Tan pronto triunfa la revolución se inicia un proceso de cambio acelerado y contagioso pensando que todo sería por el bien colectivo y que incluiría reformas sociales, económicas y culturales, en particular de justicia social, sin determinarse específicamente en qué consistirían A pesar de los juicios sumarios, que cada cual justificaba a su manera, salvo aquellos vinculados al batistato de una forma o la otra, o alguna minoría que, con mayor perspicacia política e histórica, fue capaz de anticipar lo que iba a suceder posteriormente; el clima era favorable al proceso revolucionario. El ambiente cultural era muy positivo para las nuevas generaciones de escritores, aquellos que aproximadamente entre los veinte y treinta años, encontraban vías de expresión en el arte y la literatura que no se habían abierto antes. Tal fue mi caso, y a través de Revolución y Lunes de Revolución participé activamente y con entusiasmo en el proceso cultural que se desarrollaba en aquel entonces. Mi amistad previa con Carlos Franqui y Guillermo Cabrera Infante facilitó que me integrara de inmediato a la vanguardia intelectual. No obstante ello, a mí el entusiasmo me duró menos de tres años, porque la libertad del escritor estaba en riesgo, sin contar otros derechos individuales.
2.—¿Por qué usted acude a esos encuentros, y en particular a la última reunión donde Fidel Castro dice la famosa frase “dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”?
—No, yo no acudí de modo voluntario a las reuniones. A mí me llamaron de parte del Primer Ministro (Castro) a las dos de la mañana para que fuera al día siguiente, o un par de días después, a la primera reunión que se convocaba en la Biblioteca Nacional. Naturalmente, la llamada nos preocupó, porque esas no son horas de llamar a nadie y viniendo directamente de parte de Castro, era para preocuparse. Fue una llamada impersonal y breve y no tenía idea de las razones que la motivaban. Por otra parte, para esa fecha ya habíamos dado los primeros pasos para salir de Cuba, aunque la decisión no había sido tomada del todo, así que se trataba casi de una inquietud kafkiana, como si el régimen estuviera adivinando el proceso que se iba desarrollando en nuestro cerebro.
3.—¿Cuáles fueron las reacciones después de la intervención de Castro, qué se decía en los círculos intelectuales y en las conversaciones privadas, a la salida del encuentro y en los días posteriores?
—No recuerdo si comenté o no el asunto con alguien, salvo Yara [González Montes, su esposa], porque todo fue muy precipitado. Fue cosa de un momento a otro. Para esa fecha ya estábamos conscientes de las posibles medidas represivas en cuanto a la libertad del escritor, y era verdad que la voz se corría por el propio periódico Revolución. Estaba consciente en particular de los líos entre Cabrera Infante y el ICAIC, así como intrigas y enredos diversos y para esa época teníamos un pequeño Lloyd inglés, Yara me dejaba en los alrededores de la biblioteca y se quedaba algo alarmada porque la biblioteca estaba custodiada por milicianos fuertemente armados. Ella no asistió a las reuniones, salvo a una recepción que se hizo en la última de ellas en honor de Evgueni Evtushenko.
4.—¿Podría evocar lo que pasaba por su mente ante lo que estaba escuchando, y sus reflexiones más tarde, una vez que se fue a su casa?
—En cuanto a lo que pasaba por mi mente, obviamente me daba cuenta que todos estábamos en una situación de peligro. En las reuniones, donde se nos animaba a que habláramos y expusiéramos nuestros miedos y preocupaciones, se aseguraba que no nos pasaría nada, pero se hacía obvio, implícitamente, todo lo contrario, y que tal propuesta no era más que una trampa para que abriéramos la boca. Yo no dije ni esta boca es mía, sin contar que en cualquier reunión nunca he sido de los primeros que levantan la mano para hacer uso de la palabra. Salvo aquellos que tenían la sartén por el mango, todos teníamos alguna variante del miedo, aunque me parece que yo no lo sentía, sino más bien una conciencia de que aquello se ponía mal, que teníamos que actuar con precaución y que lo mejor era irse: cosa que seguramente discutimos Yara y yo y que acabó por ser el motivo de nuestra decisión, conscientes de que era necesario que tomáramos precauciones. Además, justo es decir que Castro definió su posición y dejaba claramente establecidas nuestras obligaciones con una sociedad marxista en la cual yo no creía.
5.—La frase recrudeció la censura, llamó al realismo socialista, dio paso a un éxodo de intelectuales y la abyección de otros. Una mirada medio siglo después, ¿cuál fue la consecuencia final de aquellos hechos?
—La consecuencia final de aquellos hechos ha sido desastrosa. Nos cayó una gran desgracia encima y todos hemos tenido que pagar por ello. Una verdadera Guerra Civil que ha durado hasta nuestros días, de una generación a la otra. Esto, claro, abarcando todas las clases sociales y el desarrollo de la cultura cubana. Es penoso. La historia se repite una y otra vez y se tiene la impresión de que al mundo, en general, no le importa. Hay infinidad de vidas destrozadas a consecuencia del estribillo que nos marcó: “dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”, que ha sido un fantasma siniestro que sigue persiguiéndonos.