Luis de la Paz
Diario Las Américas / 08.11.2012
Sin duda alguna ha sido un año grandioso para Virgilio Piñera (1912-1979), para su memoria, para su obra… como ha de ser con un escritor de su talla y trayectoria, que está cumpliendo su centenario. Tanto en Cuba, donde nació el 4 de agosto de 1912, como en el exilio, se le ha estado homenajeando, con conferencias, congresos, charlas y particularmente, con lo más importante, con lecturas de sus textos y montajes de sus piezas teatrales.
Virgilio Piñera es uno de los escritores que mejor reflejan en su obra lo cubano. Su largo y estremecedor poema La isla en peso (1943), es uno de los más profundos textos jamás escritos en la isla, donde se retrata magistralmente la asfixia de la insularidad; de la misma manera que su obra teatral Aire frío (1959) dibuja las complejidades familiares, con sus necesidades, angustias y sueños. Cada cubano es en gran medida, heredero de “la maldita circunstancia del agua por todas partes”, y descendiente indirecto de la familia Romaguera. Estos dos textos, escritos en géneros diferentes, entre los que median 16 años, o dicho de otra manera, cuando Virgilio tenía 31 y 47 años respectivamente (edades que suelen fijar destinos), reflejan la grandeza de un escritor extraordinario.
Si bien lo insular y lo filial fueron aspectos determinantes en su vida, pudo lidiar con ellos y desafiarlos. Su temporada en Argentina muestra a un Virgilio capaz de romper con esos dos complejos entornos (el mar y la familia). Sin embargo, no supo… o no pudo, lidiar con el castrismo y sus mecanismos de sometimiento y crueldad, aun cuando en 1955, en su obra Los siervos, percibía, o al menos estaba al tanto, de cómo los regímenes comunistas de la Europa del este sometían a la población y a sus intelectuales. Cuando le tocó personalmente enfrentar su propio escenario, sólo atinó a sentir miedo, a vivir con mucho miedo y deambular por una Habana (una nación) que lo negaba oficialmente y lo discriminaba.
Virgilio, como muchos de los intelectuales de su tiempo, apoyó la revolución fidelista. El respaldo que le brindaba el gobierno a la cultura, creó un movimiento artístico intenso. El apoyo oficial a la cultura no tenía precedentes en Cuba. En los primeros tiempos de la revolución, la intelectualidad se sentía eufórica.
El suplemento cultural del periódico Revolución, Lunes de Revolución, era una puerta grande para la cultura. En sus páginas publicaron los más importantes escritores cubanos, hasta su estrepitosa clausura, que de alguna manera marcó un punto de discordia entre esa entusiasta clase intelectual y el sistema político que se consolidaba como una revolución de tipo socialista. Pero aun así, y en medio de medidas drásticas, muchos de los escritores y artistas velaban por sus intereses y miraban hacia otro lado ante los fusilamientos, la intervención de empresas y el éxodo de cubanos hacia Estados Unidos.
Los primeros años de la revolución, fueron de gran impulso para Virgilio y su obra. Escribe El flaco y el gordo, estrenada ese propio año en la Sociedad Lyceum con dirección de Julio Matas y publica Aire frío. En 1960 sube a escena Electra Garrigó, una de sus grandes piezas. Luego funda, dirige y publica parte de su obra en Ediciones R. Ya para 1962, comienza sentir en carne propia los embates de la homofobia oficial, cuando es detenido durante la famosa noche de las 3 P (Prostitutas, Proxenetas y Pájaros), situación que lo marca profundamente; como lo perturbó las reuniones en la Biblioteca Nacional, durante el tristemente célebre discurso conocido como Palabras a los intelectuales.
Si bien en los primeros años del castrismo la obra de Virgilio Piñera subía a escena y se publicaba, después de 1968, cuando recibe Premio Casa de las Américas por Dos viejos pánicos, su vida da un giro, al ser condenado por las autoridades culturales (y políticas, que en el caso cubano viene a ser lo mismo) al ostracismo, como resultado del caso Padilla, del recrudecimiento de la persecución intelectual en la isla y del nefasto “quinquenio gris”. Su obra, su nombre, fue borrado de los registros oficiales. Basta mirar su bibliografía, para notar que en Cuba, entre 1968 y 1979, año en que muere, no se le publicó nada más, ninguna obra suya volvió a las carteleras teatrales y nadie de sus compañeros, amigos y seguidores, volvió a mencionarlo
Poco después de su fallecimiento el 18 de octubre de 1979, comienza la resurrección artística de Virgilio Piñera. Su nombre aparece asociado a lo mejor del teatro cubano, sus obras vuelven a los escenarios, sus amigos comienzan a hacer ostentación de entrañables encuentros y emotivas tertulias, incluso publican largos textos resaltando la figura y la obra del gran Virgilio, al que se le está celebrando por todo lo alto su centenario.
Cuando nadie recuerde (ni le importe) qué gobierno imperaba en vida del escritor, ni le interese saber quiénes estuvieron incondicionalmente a su lado y quiénes lo evitaban por temor a las represalias de la dictadura, ahí estarán las páginas grandiosas de La isla en peso, haciéndose la misma pregunta: “¿Quien puede reír sobre esta roca fúnebre de los sacrificios de gallos?”.
Los homenajes que se han llevando a cabo a lo largo de este año (y aún faltan algunos más) reafirman algo que se sabe, pero que siempre es bueno recordar: que por muy cruel e intensa que haya sido la tiranía castrista y a pesar de sus obstáculos y maniobras para silenciar, la obra siempre prevalecerá y alcanzará su lugar supremo. Y esto es (claro que lo es), un gran consuelo, un colosal impulso para seguir, para repetir como una letanía, la frase de Reinaldo Arenas: “no te detengas”.