Luis de la Paz
La Revista del Diario l 07.26.2012
La investigadora y crítica teatral Rosa Ileana Boudet realiza en Cuba: viaje al teatro en la Revolución (Ediciones de la Flecha, 2012) un interesante recorrido por el interior del teatro en la isla. Su libro enmarca un largo período, comprendido entre 1960-1989, centrándose, como el título lo indica, en el desarrollo del teatro en la isla.
Sin duda alguna los análisis y evaluaciones que ofrece Boudet no sólo parten de investigaciones, lecturas de obras, referencias o críticas, sino de vivencias, algo que definitivamente enriquece su libro. Ese estar allí, en primera fila y siendo parte de la evolución del teatro en la isla, pesa mucho en este volumen, que destaca por la rica documentación y por la manera de presentar en cada capítulo, las obras que evalúa, ofreciendo una panorámica de las piezas, y poniéndolas en el contexto cultural e histórico en que se escribieron y estrenaron.
El libro invita a un análisis que desafortunadamente escapa a los márgenes de este trabajo periodístico y también a la reflexión a partir de su valioso contenido. La lectura revela cómo mucha gente de teatro puso su talento al servicio del régimen y acondicionó su trabajo para que reflejara la llamada nueva realidad castrista. En toda la historia de la literatura cubana durante la República, no se puede hablar del arte intencionalmente manejado para apoyar a un presidente, partido o proyecto político de manera masiva, como sucedió en esta etapa estudiada. Mientras el teatro se hacía más comprometido con el castrismo, se estaba fusilando indiscriminadamente. Mientras se enarbolaban obras que exaltaban el presente inmediato y miraban el pasado republicano con antipatía, miles partían al exilio. Mientras se llevaba el teatro popular a las montañas del centro de la isla, se continuaba reconcentrando (al estilo Weyler) a miles de sus lugareños. En esto meditaba leyendo Cuba: viaje al teatro en la Revolución: en el silencio cómplice durante esa primera etapa, por parte de las mentes pensantes, de los artistas. Muchos al final tomaron el camino del destierro, otros murieron silenciados en la isla, y unos pocos después de ser marginados y humillados, se han convertido en la imagen visible del sistema.
El libro comienza poniendo en contexto Aire frío de Virgilio Piñera, quizás la obra que mejor retrata al cubano y lo cubano, y cierra con La cuarta pared de Carlos Varela, pieza en su tiempo de vanguardia, que quizás por carecer de texto, parece resumir lo que llegó a ser el teatro: complicidad, miedo, insinuaciones, sofismas y exilio. Del teatro articulado da la mímica. Valga señalar el simbolismo que encierra este principio y fin: Piñera fue condenado al ostracismo hasta su muerte, y Varela salió de la isla.
Rosa Ileana Boudet pone en contexto una serie de obras de temática social y acorde al llamado de la época, que se escribieron y estrenaron, entre ellas piezas de Matías Montes Huidobro, Manuel Reguera Saumell, Raúl de Cárdenas (todos hoy en el exilio) y Abelardo Estorino (en la isla), algunas con marcado éxito, como Santa Camila de La Habana Vieja de José R. Brene. Otras que han caído en el olvido, también son recogidas en este volumen que prácticamente muestra la totalidad de la dramaturgia cubana en esos años.
Cuba: viaje al teatro en la Revolución es un libro importante, curioso y serio, que expone la contribución, del esa etapa (1961-1989) del teatro a la cultura cubana.
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