Silvina Espinosa de los Monteros
El Financiero l 05/27/2012.
A más de una década de haber concluido el siglo XX, David Olguín se ha dado a la tarea de coordinar el volumen Un siglo de teatro en México (Fondo de Cultura Económica), que hace una revisión integral de lo sucedido en la escena durante la centuria pasada pero que, más allá de las dramaturgias, se adentra en examinar aspectos como la dirección, la actoralidad, la escenografía y el público.
Pese a que en el marco de las conmemoraciones del Encuentro de Dos Mundos se publicó en España Escenario de dos mundos: inventario teatral de Iberoamérica, cuyo tomo tercero incluía una sección dedicada al desarrollo del teatro en México durante el siglo XX, de este lado del Atlántico, señala David Olguín, «nadie se había aventurado a ofrecer una visión totalizadora del teatro mexicano».
-Desde el principio tuve la intención de que el libro no fuera sólo para especialistas -dice-; por lo tanto, tenía que convocar a ciertas plumas con vena narrativa o periodística, que no carecieran de un fundamento sólido. Por ello hablé con gente como Fernando de Ita, Alejandro Obregón, Flavio González Mello, Luis Mario Moncada, José Ramón Enríquez y la maestra Olga Harmony, entre otros. Luego, a fin de distanciarnos del presente y ofrecer un panorama previo, recurrí al investigador Eduardo Contreras Soto para que hablara propiamente del teatro del siglo XIX y ver cómo se dio ese salto a caballo entre un siglo y otro.
-Además de abundar sobre una sucesión de momentos culminantes en la escena teatral del siglo XX, el libro tiene otra virtud: echar por tierra algunos lugares comunes…
-Sí, hay varios ejemplos. De manera general se dice que después de Los Contemporáneos y del teatro de Rodolfo Usigli, de inmediato sigue el teatro universitario, lo que de alguna manera explica la vanguardia mexicana. Esa es una lectura que se hace habitualmente, pero si nos fuéramos a por qué decidí que hubiera toda una reflexión sobre el teatro provincial, nos daríamos cuenta de que determinados actores contribuyeron desde antes a sentar las bases y forjar los cuestionamientos más profundos sobre la moral social mexicana. Ahí está el teatro gay, por ejemplo, y todas las personas reunidas alrededor de la figura de Nancy Cárdenas con Los chicos de la banda, que fue la primera obra de tema gay que se montó en México, la cual causó gran conmoción en los espectadores mexicanos. Otro momento es cuando supuestamente aparece el realismo en el teatro mexicano que, se dice, es a mediados de la década de los cincuenta con Seki Sano y el trabajo que hacen dramaturgos como Carballido o Magaña, y algo muy interesante que encuentra Contreras Soto es que hay manifestaciones de teatro realista desde el siglo XIX.
-Habiendo realizado este ejercicio totalizador, ¿en dónde nos encontramos actualmente? ¿De qué somos herederos?
-El contenido de este libro es algo que debería darnos orgullo. En lo personal, cuando iba recibiendo los textos, me daba un gusto enorme. Para mí fue patente el hecho de que poseemos autores muy significativos no sólo para la dramaturgia mexicana sino de altura mundial; lamentablemente, en muchos casos, poco reconocidos. Estoy pensando en Elena Garro, que sin duda es la autora más importante del siglo XX. También esto me sirvió para redescubrir sin tantos prejuicios a Usigli, a Carballido, a Óscar Liera… En cuanto a directores, también tenemos grandes figuras como Juan José Gurrola, Ludwig Margules o Héctor Mendoza. Todos ellos, espejos en los cuales podemos conocernos o desconocernos…
Si bien es cierto que los trabajos de las más recientes generaciones han proyectado al teatro mexicano en la escena internacional, dice Olguín que «no hay que pasar por alto que con este balance también se pone en evidencia un tipo de arte que fue muy vertical, centralista, que no permitió la producción de compañías independientes y autogestivas, ya que fue controlado por autores o directores, como sucedía en el ámbito político, de manera un tanto dictatorial. Yo creo que el libro nos alerta respecto a esas regresiones que de pronto hay en el ámbito cultural mexicano; el último sexenio es ejemplo de eso: de verticalidad frente a las necesidades de horizontalidad que requiere este gremio. Pese a esto, pienso que sí, que las cosas están cambiando y, entre ellas, habría que contar el aprecio y la revaloración que debemos hacer de nuestra propia tradición escénica. Algo que, considero, es una de las principales aportaciones de este volumen».
David Olguín (DF, 1963) estudió actuación en el Centro Universitario de Teatro (CUT), literatura hispanoamericana e inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y dirección escénica en la Universidad de Londres. Además de ser director de Ediciones El Milagro, se ha desempeñado como prolífico dramaturgo, director de escena y profesor universitario. En 2010 le fue concedido el Premio Nacional de Dramaturgia Juan Ruiz de Alarcón.
Después de una temporada inicial en el Teatro El Milagro, su obra Los asesinos fue montada en El Galeón y, ahora, después de una breve gira por Cuba, retorna a ese mismo recinto del INBA, detrás del Auditorio Nacional, en el cual estará hasta el próximo 6 de junio.
-Esta obra es un diálogo, casi un pleonasmo con la realidad nacional, ya que habla de las «clicas» estos grupúsculos mafiosos de Chihuahua, en los que se da el fenómeno de la violencia gratuita -dice el dramaturgo-. Para esto, estuve trabajando con un grupo originario de Ciudad Juárez con el que hago la coproducción. Es un intento por entrar en la mentalidad salvaje de estas «clicas», vistas desde un lado humano, ya que no te explicas que sean meramente las condiciones de miseria y pobreza, aunadas al asunto de la droga y la obtención de dinero, lo que explique el cuadro de brutalidad que hay en el país.
-¿En qué medida se exploran los porqués de esta espiral de violencia?
-Lo que hago es hurgar en las historias de los personajes, pero difícilmente ellos toman conciencia; son máquinas del crimen, que por supuesto padecen de falta de oportunidades y educación, sumadas a una ausencia de sentido moral y actuando de manera impune. De ahí que pierdan los parámetros elementales de humanidad. Ya no sólo se trata de un simple resentimiento social, sino de una gran acumulación de facturas por cobrar. Algo verdaderamente terrible.