Por Antonio Orlando Rodríguez
Fuente: El Nuevo Herald
Tal como predice Jorge Hernández en el muy bien interpretado guaguancó final, la obra no le gustó mucho que digamos a este crítico. El amor y otros pecados le pareció de escaso mérito artístico tanto por su libreto como por la puesta en escena. En su opinión, en un espectáculo teatral la ligereza no tiene que estar reñida ni con la imaginación ni con la originalidad.
Lo anterior no significa que el divertimento que presenta Hispanic Theater Guild, bajo la dirección de Marcos Casanova carezca de buenos chistes: claro que los hay, aunque entremezclados con otros bastante obvios o ramplones. En honor a la verdad, durante las dos horas de representación (¡sin intermedio!) las risas nunca faltaron. El crítico –que aunque pueda parecerlo no es un robot sin sentido del humor– también disfrutó, por ejemplo, con la hilarante melena de Sansón. Pero, en conjunto, le pareció una propuesta reiterativa, con muchos clichés, deficientemente articulada y que ganaría mucho cortándole al menos media hora.
Los sketchs tienen una calidad desigual y su relación con los pecados capitales es, en varios casos, muy forzada. Incluso en un «juguete cómico musical» cabe esperar cierta coherencia dramatúrgica, pero aquí la premisa que sirve de hilo conductor se desdibuja. Un ejemplo: si la «encuesta» que realizan Adán y Eva se enfoca en parejas de amantes famosos, incluir en ella a Da Vinci y la Monna Lisa es un capricho injustificado (aunque se trate de uno de los segmentos humorísticos más afortunados). Quizás algunas de las deficiencias se deban a las modificaciones hechas a la versión original que se estrenó en España, en la que se incluían sketchs sobre parejas como Jesucristo y María Magdalena y el General Franco y Carmen Polo (sustituidos aquí por otros). Pero, ¿cómo saberlo con certeza?
Para facilitar los cambios de vestuario se recurre a proyecciones de videos de muy irregular contenido humorístico que, por su poco orgánica inserción, acentúan el carácter de pastiche. La escenografía, insípida y desconcertante, no ayuda a mejorar el resultado final.
Lo que sostiene el espectáculo y logra llevarlo adelante es el trabajo de Margarita Coego y Jorge Hernández, intérpretes de indudable oficio y con un seguro timing de comedia. Ambos actúan, cantan y hacen lo posible –y hasta lo imposible– por sacarle el mayor partido a situaciones y diálogos que, en su mayoría, parecieran destinados a programas humorísticos de televisión. El pianista Rafael Alejandro Mejía sirve de puente entre los personajes y el público, y propicia, con eficacia y discreción, una comedida complicidad.
Entre los aciertos del libreto y de la dirección, hay que destacar la excelente secuencia inicial –con un diálogo de primera, muy bien urdido–, donde las aseveraciones de Adán y Eva son cuestionadas por letreros lumínicos que indican su falsedad o su veracidad. Otro buen momento es el agridulce desenlace («¿Te acuerdas de…?»), planteado con un tono de comedia sentimental que permite a los actores explorar un registro más sutil, que contrasta con la farsa y el astracán de los skechts. Para el crítico, esas dos «tapas» del sándwich fueron más suculentas que su contenido.