Habey Hechavarría
Gas en los poros, la más reciente entrega de Artefactus Teatro, realiza un triple homenaje, muy de celebrar. Primero distingue al autor del texto, Matías Montes Huidobro, a quien podríamos considerar el dramaturgo cubano actual más importante por la extensión y solidez creativa e intelectual de su obra. Luego, devuelve a la vida escénica un texto con más de cinco décadas de existencia, drama sereno y vigoroso cuya actualidad resulta, cuando menos, inquietante. En tercer lugar, enaltece una literatura dramática que la posmodernidad ha intentado, sin éxito, enterrar. Me refiero a esa escritura de calidad literaria y dramatúrgica que mira a la representación sin querer confundirse con ella. Es decir, no se pretende mero pre-texto para el espectáculo, sino texto vivo, composición digna, disciplinada, y, si se quiere, piece bien fait u obra bien hecha, en este caso, desde aquella transvanguardia teatral que a mediados del siglo pasado se inauguró con la literatura existencialista posterior a los horrores de la II Guerra Mundial.
En ese ambiente estético, tan de la década de los 60, medra un texto cuya interpretación y montaje contemporáneos corrió a manos de Eddy Díaz Souza, director de Artefactus. Ambos registros, el discurso escrito original y el presente discurso escénico, dialogan, al parecer, con una armonía ejemplar que custodia la riqueza de la obra y estimula su imprescindible aggiornamento. Excelente contexto para visitar la perspectiva del Teatro de la Crueldad donde el autor fraguó esta creación que aprovechó otras tendencias ya establecidas en 1961, cuando este título se estrenó en La Habana. Porque las relaciones entre una madre y su hija, al derrocarse la tiranía de la cual se han beneficiado, sostiene un argumento empapado de los juegos expresionistas de hacer teatro dentro del teatro, de preocupaciones existenciales y de la deformación deliberada de los caracteres enfrascados en reconstruir u ocultar su pasado de crímenes e infamias. Tal metáfora de la descomposición social, final y principio de dos épocas, emerge de la limpieza de un lenguaje ennoblecido, suavemente no cotidiano, que pone la atmósfera de palabra en función de cada situación concreta, y del patetismo generalizado por la ritualidad, la indagación humana en forma de debate moral y el matricidio sugerido que corona el despliegue de tragicidad e ironía, propias de la época.
La lectura que Díaz Souza hizo del texto de Montes Huidobro fragua en un encuentro de generaciones, perspectivas y tradiciones que seguro recordaremos durante algún tiempo. De la mano de una interpretación tan cómplice como crítica (una apropiación dramatúrgica de la dramaturgia), el discurso alumbra los puntos de inflexión en la fábula, se recrea en la angustia y en el agotamiento, ahonda en las oposiciones de la verdad y la mentira, los caprichos de la memoria y los rigores de la historia. Recrea los discursos fracasados, plagados de hipocresía, ideología, códigos sociales inútiles y una enorme confusión de falsos valores, prudencia y miedo ante el poder real, fascinante y peligroso. En especial, fascinan lacrueldad en la falta de empatía, de misericordia, en la normalización del dolor y la injusticia bajo las estructuras de un rito de paso, una idea antropológica que celebra la vida, aunque el tránsito sea hacia la muerte. Todos esto parece estar en el texto original pero la concepción de la puesta en escena lo potenció artísticamente.
Por ende, el espectáculo armoniza con el texto. Sus dos recursos principales fueron el ambiente del hogar infame, sostenido sobre la escenografía, la utilería, la iluminación, y la plasmación de los personajes como dos figuras cuasi espectrales, almas encarnadas y atormentadas. La atmósfera de muebles, espejos, velas, objetos varios, lejos de llenar el espacio acentuaron el vacío existencial. La articulación de los dos estilos actorales de las intérpretes Daysi Fontao y Belkis Proenza componen, desde diversas experiencias y técnicas, una sorprendente compensación donde no percibió rivalidad sino compenetración. Fontao exploró con eficacia el carácter de una madre telúrica y dominante mientras Proenza construyó su personaje sobre la dinámica del movimiento y del gesto. El juego macabro de los personajes que constituye la esencia teatral de la obra depende en buena medida de la corrección actoral entre la contención y el delirio. La dirección guio e integró el trabajo de las actrices dentro de una partitura escénica meticulosa, coreográfica, depurada desde la emoción y el intelecto.
Gas en los poros, en cuanto ceremonia de depuración, rebasa las circunstancias de su época de gestación (el contexto político de la revolución democrático-burguesa que triunfó en Cuba en 1959, antes de asumirse como experimento comunista), e incluso supera la coartada estética de su estructuración para levantarse como una escritura proto-escénica quizá para todos los tiempos.