En 1987 publiqué en El Caimán Barbudo (Año 23, edición 261) una nota apasionada acerca de un hermoso libro escrito por una gran mujer, Excilia Saldaña (La Habana, 7 de agosto de 1946-20 de julio de 1999) a quien regalé siempre mi admiración, respeto, cariño, amistad… y es que no podía hacer menos ante su afecto y la ternura con que me arropó.
Excilia solía visitarnos en Jaruco, cuando la Casa de Cultura organizaba algún evento literario. A veces la acompañaba Antonio Orlando Rodríguez o su inseparable David Chericián. Antes de emprender regreso a La Habana, pasaba por casa a saludar a mi madre (supongo que se hacía café) y seguía luego al patio (mi madre la invitaba siempre a pasar), y allá, entre los helechos que se aferraban al muro y al musgo, se enamoraba de las violetas africanas (que no eran violentas sino mínimas y rizadas, tan breves como un haiku). Siempre se llevaba uno o dos tiestos con violetas de color rosa o lila. Y como le duraban tan poco, regrasaba por más.
Pues para aquella Excilia, y bajo el impacto de aquel libro cargado de prosa poética, de ritmos, símbolos y rimas, escribí estas líneas en 1987.
LEYENDA VIVA DE KELE-KELE
La voz extrema de los navegantes esclavos rizó el aire y las aguas del Caribe. Un día llegaron -desgarrada África- para quedarse vibrando en las hojas y la espuma del mar.
A veces se escucha el canto, la canción-leyenda que asedia la ciudad con su lengua de tambor y romance. Canto dulce, susurrado a la oreja de esa mujer que tropieza con nuestra historia cada noche, que recobra del aire la leyenda viva.
Kele Kele es así, un arrullo, un soplo de brisa nueva. Viene a contarnos la historia, lejana y nuestra, de aquellos que una vez arribaron a la Isla: príncipes de Oyó, princesas de los ríos, madres del Pacífico.
Para narrar, Excilia Saldaña ha escogido la metáfora, el adagio, la máxima rotunda. El lector se transforma en oyente y, gracias a la palabra, la voz del narrador, ahora juglar, trovador, cuenta sin fin. Para el lector adolescente lo más importante es vivir la historia, sentirla suya, ser partícipe. Excilia, lo sabe bien. Su poema arrastra aliento de ternura; abre en el ocaso un abanico de temas universales, donde aguardan el desamparo de la soledad, la perseverancia, la espesura del amor.
Lo novedoso de este cuaderno se halla en su lenguaje lírico y popular, en la música del verso español y el canto negro africano, argamasa de dos culturas.
La autora logra con maestría resumir cinco patakin en un canto único o poema épico fantástico, donde prevalece el tema del amor y la continuidad anecdótica -ya hacia el final- de la trilogía Obba, Los reyes del trueno y el relámpago y Kele Kele, entretejidos todos con… «fino hilo de espera».
Si hermosa es la leyenda de Obba, no menos importante es La lechuza y el sijú, fruto de materia homérica, de la dicotomía existencial del que aguarda y el que parte; eterna historia de Penélope y Ulises, ahora convertidos en princesa y caminante.
Y es que Kele Kele está hecho de eviternas historias, hacho para cantar de calle en calle y con sonido de guitarra, para contar la disputa de dos guerreros por Oyá o de cómo Oshún salvó de la desidia al rey del Monte.
Kele Kele faltaba a la Literatura cubana. Gracias a él podemos tener hoy la memoria de nuestros ancestros, el clamor de los barcos y los avatares que las conchas, al caer, señalan sobre el tiempo.
Gracias a Excilia Saldaña podemos sentir el susurro del aire y la ola: la leyenda viva.