Por Antonio Orlando Rodríguez
Fuente: El Nuevo Herald
Por el tema que aborda, Probation, obra escrita y dirigida por Yoshvani Medina, reviste un especial interés en nuestro entorno. Como texto dramático, tiene a su favor incursionar en un ámbito espacial y temático escasamente explorado (la ciudad de Miami y los conflictos sociales y humanos de los inmigrantes de diferentes generaciones que conviven en ella), y hacerlo desde una perspectiva provocativa, que expone contradicciones de difícil conciliación. Sin embargo, su tratamiento deja mucho que desear. Si bien contiene premisas, personajes y situaciones de indudable interés, su arrítmica progresión está sobrecargada de explícitos y reiterativos planteamientos ideológicos. Antecedentes poco relevantes, anécdotas periféricas y viñetas «humorísticas» ralentizan el discurso y distraen del conflicto central: el enfrentamiento entre Pancho, el representante del exilio histórico cubano, y Freddy, el nuevo inmigrante o «comunista arrepentido».
Probation reclama una severa poda verbal, una síntesis que prescinda de muchos de esos expositivos y monótonos soliloquios en los que Freddy y Pancho se dirigen al difunto Fredo, que en ocasiones sólo subrayan lo que ya hemos presenciado o deducido. Como dramaturgo, Medina tiene una evidente facilidad para la réplica cáustica y el retruécano, pero esa aptitud llega a atentar contra su creación, pues buena parte del tiempo entre los antagonistas no se genera un auténtico diálogo dramático, sino un intercambio de máximas y frases ingeniosas que, por acumulación, llega a resultar excesivo.
La atractiva escenografía concebida por Pedro Balmaseda y Jorge Noa incluye pantallas para proyecciones y dos grandes módulos metálicos que se desplazan sobre ruedas, empujados por los actores, y que se resemantizan para sugerir no sólo diversos espacios, sino también la escisión y el enfrentamiento de posturas ideológicas y valores. La relación de los actores con esos elementos es poco orgánica y va de lo funcional a lo caprichoso (¿qué necesidad había de introducir esa incómoda y naturalista ducha en una puesta que da la espalda al realismo tradicional?).
La interacción video-actuación en vivo tiene aciertos en las escenas del automóvil, la fiesta por el nacimiento del hijo y, sobre todo, el desdoblamiento de Pancho en su cama, pero el tratamiento de las imágenes es irregular y los tubos metálicos obstaculizan su apreciación. Por otra parte, el diseño de luces tiene fallos que se hacen especialmente notorios cuando la acción se desarrolla en la parte superior de los módulos. En cuanto a los numerosos fragmentos de canciones de Carlos Varela utilizados para «apoyar» parlamentos o situaciones, la mayor parte del tiempo resultan obvios o redundantes.
La noche del viernes 12 de febrero, Jorge Cárdenas y Franco Iglesias realizaron un apreciable esfuerzo por poner de relieve las aristas humanas de Freddy y Pancho en medio de desplazamientos y soluciones coreográficas a menudo poco afortunadas. Aly Sánchez abordó de forma titubeante y externa los breves monólogos del «disidente» y casi prescindible (en el escenario) personaje de Yennisleydis.
Los problemas de fluidez del montaje se acentuaron con el elemental ejercicio de «interactividad» propuesto al espectador antes del desenlace. El juego a lo «elige tu propio final» aporta poco a una obra que –más allá de lo oportuno de su tema y de la intención de recurrir a un lenguaje escénico contemporáneo– deja, como saldo, un fuerte sentimiento de insatisfacción.