Por Arturo Arias-Polo
Email: aarias-polo@elnuevoherald.com
Fuente: El Nuevo Herald
El número de teatros abiertos al público es uno de los indicadores para medir el desarrollo cultural de una ciudad. Y cuando se trata de una sala con la tradición del Teatro Trail, la noticia es motivo de fiesta.
El teatro de la Calle Ocho, destinado a proyectar películas en diferentes períodos desde su apertura en 1930; «templo» de las comedias de Armando Roblán; sala de conciertos de música popular, y de propuestas novedosas, tras ser remozado por el Latin Quarter Center, se reinaugurará el sábado 29 con la comedia de humor negro Amanecí como con ganas de morirme.
Según la actriz Marisol Correa, «rescatista» del inmueble junto con el empresario Jorge Angulo, el programa de este trimestre trae la revista musical Broadway Nights, la comedia Personalísimo, Los monólogos de la vagina y conciertos de música ligera. Un menú variado que también incluye la lectura dramatizada de Lorca, alma presente, con textos del poeta granadino.
¿La selección del Trail es la más adecuada para emprender una nueva etapa? Dudo que alguien tenga la respuesta. El público es un ente tan abstracto que resulta muy difícil conocer cuáles son sus gustos de antemano. Y en el caso de esta ciudad, donde buena parte de sus residentes gastan lo que no tienen en un centro nocturno para bailar al son de un artista del patio, y se ofenden cuando tienen que pagar $25 por ver una obra de teatro, no es fácil adivinar. Lo que sí está claro es que el rechazo no responde al factor económico.
El éxito del XXV Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami y del TemFest 2010, su hermano a nivel local, demostraron que, si preocuparse por el contenido es importante, la envoltura decide la venta del producto. Pero los teatristas no siempre cuentan con el apoyo de los medios.
Con frecuencia escucho quejas de directores, productores y actores por el alto costo de los anuncios y la indiferencia de quienes, desde los micrófonos o ante las cámaras de televisión, dejan pasar un acontecimiento cultural que pudiera beneficiar su negocio, y por consecuencia, a la comunidad. Pese a la validez del reclamo, en muchos casos no se debe culpar al talento de turno. Hace unos días, un conocido conductor de un popularísimo espacio radial matutino me confesó que sus superiores le impedían entrevistar actores que fueran a promover sus estrenos.
En otras ocasiones los artistas no se explican la apatía del público y, en su propia defensa, esgrimen la calidad de sus obras, el prestigio de sus autores, la experiencia del elenco, el éxito que tuvieron en otros países y, sobre todo, el esfuerzo realizado para abrir el telón con escasos presupuestos. Desafortunadamente, el éxito de un proyecto se mide por la respuesta de la taquilla.
Lo que ninguno me ha explicado es qué hace para conocer su entorno, el nivel económico, cultural y las motivaciones que pudieran impulsar a sus vecinos a visitar su sala.
Sin necesidad de verse obligados a hacer teatro comunitario –un filón nada despreciable en una ciudad donde abundan las zonas vírgenes para desarrollar proyectos teatrales–, nuestros directores ahorrarían muchísimo tiempo y dinero si sustituyeran el qué les gusta llevar a escena por el qué convendría estrenar para llenar su sala y mantener un público fijo.
De momento, valdría la pena poner a descansar (¿en paz?) a Lorca por un tiempo. En el 2010 se llevaron a escena dos montajes de Bodas de sangre, uno a cargo de Actor’s Arena y otro por la Sociedad Actoral Hispanoamericana, que también produjo Romancero gitano y ¡Lorca vive! Sin contar a Yerma, que se estrena hoy, en versión de ArtSpoken. Y no vendría mal que nuestros grupos refrescaran la escena, al menos por una temporada, con obras donde la muerte, el suicidio, las torturas, el sadismo, el abuso infantil y la desesperanza no conformen la base del conflicto, una tendencia que se ha adueñado del teatro local en los últimos años.
Tampoco se trata de sumarse a la corriente travestista ni al costumbrismo trasnochado al que apelan algunos directores para llenar el lunetario. Un recurso tan poco imaginativo como repetir las obscenidades que a diario vemos en los segmentos humorísticos de la televisión y las revistas de entretenimiento de la radio.
El mayor desafío para Marisol Correa y su compañía Catarsis en la reapertura del Teatro Trail consiste en descubrir el repertorio «ideal» para atrapar al público y no dejarlo escapar.