Por Antonio Orlando Rodríguez
Fuente: El Nuevo Herlad, Revista Aplausos
Fecha de publicación: febrero 25 de 2010.
Como parte de una gira internacional se presentó en Miami el unipersonal Retornado, interpretado, escrito y dirigido por el hondureño Tito Estrada. El espectáculo (que forma parte de la trilogía en proceso Happy Land) tiene el auspicio del proyecto Migraciones: Mirando al Sur, que impulsa la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo con el ánimo de propiciar espacios de estudio y reflexión sobre las repercusiones culturales del fenómeno migratorio en Centroamérica.
Curiosamente, la fundamentación incluida en el programa de mano supera con creces en interés a lo que se vio sobre el escenario. Estrada brinda un collage de escaso vuelo, con unidades que nunca llegan a integrarse satisfactoriamente y en el que lo informativo y lo testimonial no consiguen una plasmación artística convincente. La analogía entre el actor que regresa al escenario después de una larga ausencia y el migrante que vuelve a Honduras en calidad de deportado tiene un potencial dramático (e incluso humorístico) que apenas se esboza. Una parte de los 45 minutos que dura la obra se destinan a la proyección de videos con testimonios de migrantes (bastante reiterativos y que no ofrecen aristas originales o reveladoras sobre el complejo fenómeno). El resto del tiempo, Estrada se desdobla en un rapero que, a la manera de un aeda contemporáneo, narra las vicisitudes de sus compatriotas en Estados Unidos y la realidad que hallan al reinsertarse en su sociedad de origen; interpreta a un académico que comparte datos estadísticos sobre la importancia de las remesas para las precarias economías latinoamericanas, o se convierte en un deslucido narrador oral que refiere anécdotas curiosas (como la de don Isidro, instalado en un absurdo limbo social) que podrían haber recibido un tratamiento dramatúrgico más creativo.
El uso de la voz y de la expresión corporal es satisfactorio, pero el discurso escénico resulta sumamente monótono y previsible. Por momentos, la desgastada alusión a símbolos como el águila imperial o Tío Rico McPato y sus sobrinos (los personajes de Disney) nos devuelve a la retórica del discurso descolonizador de los años 1970.
Las premisas sociológicas no encuentran una solución teatral efectiva y uno transita de las mejores expectativas al aburrimiento y, por último, a la decepción. El Centro Cultural Español nos tiene habituados a enriquecer la cartelera teatral de Miami con valiosas ofertas. En esta oportunidad, no fue así.