La revista Behinola, de Galtzagorri Elkartea, la asociación vasca de literatura infantil, publicó en 2008 una entrevista a tres autores que han publicado en España libros con contenidos multiculturales. Por el interés que pueden tener para nuestros lectores, hemos recogido las respuestas –inéditas en castellano– del autor cubano Joel Franz Rosell.
¿Cómo entiendes la interculturalidad? ¿Qué influencia tiene en la literatura?
No hay culturas puras. Toda cultura es precisamente el resultado de un intercambio de experiencias, símbolos y valores; de una selección (“cojo esto y esto otro lo rechazo”), de asimilación (fui yo quien inventé tal cosa y no mi vecino) y sedimentación (esto me lo he apropiado y ni siquiera lo sé). En completa autarcía vivieron, si acaso, comunidades extremadamente aisladas como los inuits, en medio de helados desiertos, o algunas tribus amerindias e indonesias, en intrincadas selvas.
Con todo, la interculturalidad es más que la “simple” yuxtaposición de dos o más culturas; es cohabitación consciente en proceso de mutuo reconocimiento y fecundación.
Que los actores de esas culturas sean capaces de reconocer los valores de la (o las) otra(s), y tomen elementos de ella(s) sin perder los rasgos esenciales de la propia es la base de la interculturalidad. No es un proceso fácil y solo se completa en condiciones de cierta equidad económica, social y política. Al mismo tiempo, solo un pueblo consciente y sanamente orgulloso de su cultura puede abrirse a otras, que ya no verá como amenaza o desafío.
La literatura, por supuesto, participa del proceso intercultural aunque no tan visible y rápidamente como la música popular o la gastronomía, por ejemplo. La literatura es lengua, y la lengua no solo es instrumento de comunicación sino soporte de la mayoría de las instituciones sociales, de modo que sus mecanismos de conservación son más tenaces. Pero por su capacidad de presentar no solo las experiencias, sino los sentimientos del Otro, sus efectos pueden ser más penetrantes y convincentes.
El vivir fuera de tu país de nacimiento, ¿cómo ha influido en tu creación literaria? Todavía mana la fuente de tu lugar de origen, es decir, todavía al crear partes de esa tradición.
Yo diría que, precisamente, es el hecho de haber abandonado mi país natal lo que me condujo a profundizar en sus esencias.
Ocurre a muchos intelectuales emigrados, pero el hecho de no haberme fijado en un segundo país, debe haber acentuado los efectos del distanciamiento crítico.
En Brasil estuve 2 años, 3 en Dinamarca, casi 6 en Francia, más de 4 en Argentina y, de nuevo en Francia, ya llevo unos 4 años… Sacudido y empapado por tan variadas y fuertes corrientes culturales, fijé el eje de mi identidad en la lengua castellana y en la “obsesión por Cuba” que me ha llevado a ahondar en el pasado y el presente de mi país más de lo que hubiera hecho de haberme quedado allí.
Sin embargo, yo no escribo en “cubano” ni utilizo formas estilísticas y genéricas inherentes a la literatura cubana. Mis referencias culturales se han diversificado enormemente, y buena parte de mis inquietudes políticas, sociales y económicas son bien diferentes de las que animan a mis coterráneos inmóviles. Desde mi primera novela, escrita con 13 años recién cumplidos, se evidencia mi incapacidad para reproducir fielmente la realidad. El primer libro que publiqué (en La Habana, en 1983; seis años antes de emigrar) es una novela detectivesca infantil que pretendía reflejar la Cuba de la época. La falta de verismo que algún crítico me reprochó fue a veces deliberada y a veces involuntaria. Mi segundo título, publicado cuatro años más tarde, fue una utopía, previa a la aparición del Hombre, donde lo cubano reposaba en pocos de los animales y plantas protagonistas.
Tampoco Los cuentos del mago y el mago del cuento, mi tercer libro, escrito entre Cuba y Brasil, me acercó explícitamente a la realidad cubana, pero incluye una alegoría a la reciente historia de Cuba (que, paradójicamente, abre la versión brasileña, de 1991, y cierra la versión española, de 1995). Llevaba yo poco más de un año lejos de Cuba, cuando —para exorcizar la improbabilidad del regreso— escribí por primera vez con intención verdaderamente realista. Necesité 10 años de trabajo para sintetizar la Cuba posterior a la caída del muro de Berlín en Mi tesoro te espera en Cuba. Esta novela narra el descubrimiento de la realidad cubana por una niña española que rastrea el pasado de un tío-bisabuelo. Paloma, la protagonista, y sus amigos cubanos, deberán superar no pocas incomprensiones y suspicacias antes de alcanzar el respeto mutuo y el afecto que hacen posible la cohabitación entre personas con intereses y concepciones del mundo diferentes.
Sin habérmelo propuesto, invertí la situación intercultural más frecuente en la narrativa infanto-juvenil española, donde se presenta la experiencia de emigrantes venidos a España o donde, escritores españoles con escasa experiencia internacional, abordan problemas de países en conflicto de África, Medio Oriente, Europa del Este…
Entre la edición francesa (2000) y la primera versión en castellano (2002) de Mi tesoro te espera en Cuba, Edebé publicó mi novela La tremenda bruja de La Habana Vieja. Aquí utilicé la caricatura y la fantasía para recrear la decadente Habana de los últimos años. El tema: la relación entre una malvada bruja y su adorable sobrina-tataranieta es una metáfora de la interculturalidad. La niña es una estudiante ejemplar —como esos “pioneritos” vestidos de rojo que son todo un emblema de la Cuba “del hombre nuevo”— y la bruja, una “lacra del pasado” que odia a los Comités de Defensa de la Revolución y que tiene en un rincón los atributos de la “brujería palera”, una de las tres religiones afrocubanas… aunque por lo demás presente todos los estereotipos de la bruja occidental, incluidas escoba voladora o la bola de cristal.
Pero donde más evidentemente mi pluma moja en manantial cubano es en La leyenda de taita Osongo (editado en francés en 2004 y en castellano en 2006). En esta obra he novelado la trata negrera y la esclavización de africanos en la Cuba del siglo XIX, nutriéndome de Historia, tradiciones afrocubanas y hasta de un dramático secreto de familia. Los personajes principales: el negrero y su esclavo rebelde Taita Osongo, representan el choque entre blancos y negros, entre la explotación racional de mano de obra esclava y el pensamiento mágico como arma de resistencia que alimentaron —junto a otros ingredientes— el pulseo sangriento de la primera guerra de independencia: crisol de la nacionalidad cubana.
El esclavo es un emigrante forzado que, privado de toda su identidad: desde el nombre a sus creencias, lengua, costumbres, estructura social, paisaje y referencias materiales, debe desarrollar formas muy sutiles de preservación de su cultura. Por ser intercultural, esta corta novela, con la que luché durante 18 años, no solo me permitió introducir, por primera vez, lo afrocubano en mi obra, sino que incorpora incluso recursos del cuento tradicional ruso (influencia literaria de mi infancia en la Cuba pro soviética de los años 60 y 70).
Entre los autores que trabajan la interculturalidad, ¿quiénes te gustan? ¿Citarías alguna obra en concreto?
No tengo un repertorio de autores interculturales. He vivido en varios países, bajo el imperio de cuatro idiomas, y leo en cinco lenguas; en París, vivo en un barrio intensamente multicultural; escribo para ser publicado —incluso cuando se trata del castellano— en países diversos y lo tengo en cuenta… Todas las culturas y las épocas me interesan, pero no son los libros interculturales sino los “de origen” los que complementan la situación de interculturalidad que es la mía como cubano trashumante y universalista.
Cuando pienso en libros interculturales que me gustan me vienen a la mente dos tebeos:
Persépolis, de Marjane Satrapi y El gato del rabino, de Joann Sfar. Su interculturalidad me parece más nutritiva precisamente por darse en el marco de un género mestizo —de literatura, dibujo y cine— y porque en su mensaje, forma y plano referencial se superponen varias culturas.
En la LIJ [Literatura infantil y juvenil] hay algunos temas que se trabajan según la moda, por poner un ejemplo, anorexia y de repente puedes encontrar 40 libros que trabajan ese tema en las librerías. En tu opinión, la interculturalidad es algo de moda o algo más.
La interculturalidad, como cualquier otro “tema” puede ser tratada como una moda y resuelta con la consiguiente superficialidad. Pero como es un componente fundamental de la sociedad contemporánea, es algo que ha llegado para quedarse… hasta que se produzca la transculturación: es decir el mestizaje que dará por resultado una cultura nueva: heterogénea, más rica, positivamente contradictoria y universal.
Los libros que abordan la interculturalidad porque está de moda pasarán rápidamente al olvido, como pasan todos los libros hechos de prisa, por apuntarse a lo que “se lleva” o por participar en un debate ideológico. Los libros verdaderamente interculturales, los que llevan la interculturalidad en su estructura, en su sangre de palabras, sí se sumarán al patrimonio literario, lo enriquecerán y modificarán.
Según los expertos, en el ámbito de la interculturalidad se necesita tener un espíritu abierto para superar lo que se conoce como “espíritu del muro”. ¿La literatura puede influir en ello? ¿En los esfuerzos que se hace no se percibe claramente un poco de lo “políticamente correcto”?
Para mí la interculturalidad está en el encuentro entre modos distintos de vivir e imaginar, entre maneras diferentes de expresarse, y mucho menos en el argumento de una novela —perfectamente occidental— que cuenta a lectores occidentales la aventura de un emigrante.
Puede ser que un chico que descubra en una novela cómo llegaron a España los hombres de piel negra que venden discos compactos en las aceras llegue a sentir conmiseración y tolerancia. Pero para que comprenda, respete y estime realmente a esas personas, nuestro chico tiene que saber no solo los riesgos que han corrido para venir a Europa y en qué difíciles condiciones se instalan entre nosotros; también tiene que saber el chico de nuestro ejemplo qué cultura hay detrás de los emigrantes; qué riqueza espiritual enjoya su pobreza material; qué los hace reír y llorar, qué sueñan y a quién le rezan; qué músicas cantan y bailan, qué comen y beben, o no… Y para acceder a todo esto, es imprescindible darle a escuchar la voz de los mejores representantes de esos pueblos cuyos jirones desesperados llegan a nuestras ciudades o a los “mares de plástico” de Valencia, Murcia y Andalucía.
En lugar de estar tan preocupados por dar a conocer la aventura (y sobre todo la desventura) de los emigrantes, los editores deberían darnos a conocer toda la diversidad de culturas del mundo a través de documentales, de cuentos tradicionales y, sobre todo, de libros contemporáneos —juveniles, pero también infantiles— de los países que nos enriquecen con parte de su población activa.
Tengo la impresión de que los autores magrebinos están de moda en España; en literatura para adultos y en literatura juvenil, más que en literatura infantil. Sin embargo, la muy importante emigración hispanoamericana ¿está equitativamente representada en la edición infanto-juvenil? ¿Cuántos escritores ecuatorianos, dominicanos o peruanos han sido publicados en España? Solo destaca alguno radicado en España hace tiempo. Si no, ¿quién sabe siquiera que hay literatura infantil en Ecuador, República Dominicana o Perú?
En España no solo se publica poquísima literatura iberoamericana, sino que tampoco se importan títulos editados en Hispanoamérica. Me consta que empresas transnacionales como Alfaguara o SM tienen por política no traer a España la producción de sus respectivas sucursales latinoamericanas. Más grave aún: no pocos libros de autor latinoamericano originalmente publicados en España han sido trasladados a los catálogos ultramarinos; sin que nada justifique que un escritor colombiano pueda resultar más interesante o comprensible para un joven mexicano que para un chico español. El principal argumento es que los castellanos de Ultramar no resultarían comprensibles para los chicos españoles, o que las referencias culturales que contienen tales libros no serían “reconocidas” o comprendidas por los jóvenes lectores ibéricos.
Pero entonces, ¿qué pasó con el interés por la interculturalidad? Si empezamos por considerar incomprensibles y ajenos algunos vocablos, modos de vida, elementos de cultura material y algunas fechas y nombres históricos (probablemente suficientemente integrados a la trama como para no detonar) ¿cómo aspirar a educar a nuestros retoños en la tolerancia y la sensibilidad hacia la diferencia?
¿En qué medida se debe utilizar la literatura para abrir ideas? Algunas veces esta subordinación nos puede llevar al panfleto.
Personalmente, me interesa menos contarles la vida de los emigrantes a los chicos con que me codeo —en Francia o en España— que explicarles que esas personas de piel negra o amarilla, de culto musulmán o budista, de acentos o costumbres desconocidos… en el fondo son iguales a ellos, a nosotros.
Sospecho que si, por primera vez, decidí hacer las ilustraciones de uno de mis álbumes ilustrados es porque quería introducir un mensaje subliminar de interculturalidad. La trama de La canción del castillo de arena es “universal”: un niño y su padre construyen castillos de arena que el mar deshace cada noche, poniendo a prueba la tenacidad y la imaginación del chico. El mensaje más perceptible es filosófico y ecológico. Pero con mis ilustraciones para esta tercera versión del cuento, hice “exóticos” a los personajes: el padre es negro y el chico mulato, lo que supone una madre —no evocada por el texto ni presente en las ilustraciones— de piel tan blanca como la de la Princesa Caracola con que el niño protagonista habita sus castillos (¿en el aire?) de arena. Lo que insinúo es que la “gente de color” no protagoniza solo las temáticas que le son habitualmente asociadas en la edición occidental: emigración, discriminación racial, pobreza, compenetración con la naturaleza, familia extensa o tradiciones orales. Mi cuento sugiere que los niños “étnicos” viven experiencias comunes a cualquier niño: tienen celos, miedo a la oscuridad, “mojan” la cama, descubren las normas sociales y las reglas básicas de higiene, quieren una mascota… Y si mis jovencísimos lectores no son conscientes de este mensaje, tanto mejor, porque la canalización es la mejor forma de asimilación.
En mi opinión, en literatura la única forma legítima de trasmitir ideas es despojando éstas últimas de toda obviedad. En cuanto se intenta instrumentalizar un texto literario éste deja de serlo y se hace a otra cosa, infinitamente más simple y menos duradero.
“La rosa es sin porqué”, nos recuerda Borges que dijo Angelus Silesius.
En Europa son muchos los escritores de diferentes procedencias que escriben en lenguas europeas -Rafick Schami, Tahar Ben-Jelloun…-; en el País Vasco o en Cataluña todavía no existen, excepto algún contador de cuentos. ¿Lo veis como un síntoma de algo? ¿Creéis que los hijos de los emigrantes traerán un aire nuevo? ¿Queremos recibir ese aire nuevo?
En un sucinto estudio sobre la literatura beur (descendientes de emigrantes arábigo-magrebinos en Francia), Alec Hargreaves subraya: “la primera generación de emigrantes se preocupaba sobre todo por los problemas de la vida activa. En sus hijos tienden a predominar los problemas de escolarización y de vida familiar. La crisis de identidad experimentada por numerosos adolescentes franceses se acompaña, en el caso de los beurs, de una crisis cultural. Atraídos simultáneamente por su cultura de origen y la cultura francesa, los jóvenes procedentes de la inmigración tienen experiencias a veces tan dolorosas como interesantes como materia narrativa”1.
Este sector de la población francesa comienza a contarse a principios de los años 1980 y hoy constituye una parcela importante e indisociable de la literatura francesa, incluida la infanto-juvenil. En sus inicios se trató mayoritariamente de relatos de aprendizaje (Bildungsroman), de autoaprendizaje; y aunque pronto comenzaron a independizarse de lo autobiográfico, el vínculo con la verdad da un valor a esos textos que no encuentro en tanta novela que narra, desde fuera, las problemáticas interculturales.
En la medida en que los emigrantes se integren a la realidad del País Vasco, de Cataluña o de cualquier otra comunidad autónoma, en la medida en que hayan superado las urgencias de la supervivencia, se revelarán como escritores perfectamente biculturales. Y como los numerosísimos autores e ilustradores franceses que también son magrebinos, libaneses, turcos, subsaharianos, vietnamitas o chinos, también los habrá españoles con orígenes al otro lado del Mediterráneo. Será una segunda o tercera generación que se habrá integrado a la realidad española sin perder la identidad de sus padres o abuelos emigrantes, y producirán una literatura y un arte intercultural y, después, multicultural.
En Francia existen hoy incluso formas reconociblemente mestizas, tanto por las particularidades del lenguaje como por sus formas genéricas —la poesía rítmica conocida como slam, es el más visible ejemplo— que evidencia no solo experiencias sino expresiones peculiares.
Por otra parte, incluso sin poseer raíces en otros países, los escritores españoles pueden enriquecerse con elementos externos, de la misma manera que en la música popular europea se confunden el rock y el reggae, la balada y el bolero, la pop y la salsa.
Según dicen, en la Rioja alavesa los gitanos españoles que van a recoger la uva quieren someter a los gitanos portugueses. ¿Es acaso destino del hombre el querer dominar al otro?
Nadie está a salvo de cometer injusticias. Ser víctima del racismo, de la marginación, de la privación de derechos es la peor manera de enseñar la tolerancia, la fraternidad y la democracia. Si la letra no entra con sangre, la justicia menos todavía. Tampoco basta con proporcionar lecturas ejemplares para inducir comportamientos ejemplares. Solo la permanente vigilancia, la autocrítica y el acceso a la cultura —propia y ajena— pueden educarnos en el respeto a los demás y conducirnos al reino de los Derechos Humanos.
Recientemente han traducido la novela La armada salvadora del joven marroquí Abdela Taia. Está situada en Suiza, y el protagonista se da cuenta de que los emigrantes son tomados-utilizados-tirados como amantes, trabajadores o sirvientes. ¿Qué os parece, en ese sentido, la actitud y comportamiento de Occidente? (Se podrían citar los casos particulares de Suiza y más en concreto de Austria: realidad, el día a día).
No conozco la novela citada, pero lo que su autor denuncia ha ocurrido siempre y en todas partes. A principios de siglo, los suizos de las clases altas o de los cantones hegemónicos usaban y tiraban a otros suizos, o a italianos, españoles y portugueses. Y Austria hizo lo mismo con los diversos pueblos, al sur y al este, de su otrora Imperio.
Pero ¿cuántos marroquíes no se comportan de la misma irrespetuosa manera con los saharauis?, ¿cuánto mauritano de piel clara no discrimina y explota a los negro-mauritanos?, ¿cuál es la terrible situación de la mano de obra indo-paquistaní en los ricos emiratos árabes? La lucha por la igualdad y el respeto del otro, del más débil, del más pobre, del menos educado es la Misión de la especie humana, el verdadero objetivo de su desprendimiento de la más evolucionada especie de macacos.
¿El plurilingüismo de países como Suiza es suficiente para garantizar la interculturalidad? En ese sentido, ¿la traducción tiene algún sentido en países de esas condiciones?
Tengo entendido que en Suiza la mayoritaria comunidad germano parlante no habla generalmente las otras lenguas oficiales: el francés, el italiano y el romanche. Si todos los suizos fuesen plurilingües serían la sociedad ideal que no son, y quizás respetarían más a los emigrantes noeuropeos. Pero —permítanme la boutade— gente tan virtuosa no podría ser una potencia bancaria mundial y el neutral país desaparecería.
Tampoco los belgas son todos trilingües francés-flamenco-alemán, ni todos los canadienses hablan francés e inglés.
Hay muchos países africanos donde la mayoría de la gente habla más de una lengua: el francés o el inglés de la antigua metrópoli, que sigue siendo lengua de cultura y de pasaporte, y más de una de las lenguas de las diversas comunidades étnicas que comparten nacionalidad. Desde ese punto de vista, tales países serían más ejemplares en términos de democracia lingüística que Suiza. Pero tienen todavía pendiente la integración nacional y carecen aún de estructuras democráticas genuinas, eficaces y estables, así como de acceso generalizado a la cultura, empezando por la cultura escrita.
No menos triste es constatar que los peruanos, los paraguayos o los guatemaltecos prefieren estudiar el inglés al quechua, el aymará o el maya que habla la importantísima minoría indígena.
O sea, que la traducción es y será siempre necesaria.
Hay quien dice que en las editoriales y en las escuelas les interesa más el qué se dice, que el cómo; es decir, más el mensaje que el cómo esté expresado, y que eso empobrecería la literatura. ¿Estáis de acuerdo?
Es abrumadoramente cierto. La prioridad concedida al tema y el mensaje sobre la coherencia y densidad de la trama, la calidad de los personajes y el brillo del estilo es cometida no solo por editoriales, maestros y bibliotecarios, sino incluso por la mayoría de los críticos. Y no solo en lo relativo a la interculturalidad y otros “temas transversales”. Muchos libros que se han publicado —incluso con gran éxito de venta y crítica—, han sido valorados solo porque abordan una temática socialmente necesaria o —más cínicamente— porque “vende”.
Victorias pírricas…
Cuanto más importante es una temática, con más rigor ha de ser tratada. La cantidad no puede suplantar a la calidad, como la actualidad o el compromiso no pueden sustituir a la profundización y la autenticidad. O sea, parafraseando una famosa aporía: una buena palabra vale más que mil palabras… vanas.
Necesitamos buenos libros —escritos con cerebro y corazón, como prometiera Nicolás Guillén al entrar en literatura—; buenos libros interculturales, buenos libros monoculturales, buenos libros.
Para terminar, ¿Habéis leído algún libro que os haya “abierto los ojos” y os haya dado la opción de sumergiros en otras realidades? ¿Qué libro ha sido?
Es una pregunta extremadamente difícil de responder. ¿Cuántos libros no me han abierto las puertas a mundos poco o nada conocidos? Y a la inversa, ¿cuántas situaciones de la vida o experiencias estéticas otras (cine, museo, música) no me han llevado a buscar más en los libros?
Tengo la costumbre de acudir a mis diccionarios —que son numerosos— o los de la excelente red de bibliotecas de París, más información sobre los nombres (de personalidades político-sociales, artísticas, científicas, de ciudades y países, de animales y plantas) que la actualidad me revela o recuerda.
Si leí los fascinantes Edda escandinavos fue porque viví en Dinamarca, si me asomé a La epopeya de Gilgamesh fue porque escuché cantar fragmentos del magnífico poema a Ahmed Azrié, si me pasé meses leyendo sobre los antiguos egipcios fue después de la exposición Los tesoros sumergidos de Alejandría en el Grand Palais de París (y para responder a las preguntas de un colega que escribía en Cuba una novela ambientada en el Antiguo Egipto). La magnífica novela Aventuras de Simbad el terreno me llevó a interrogarme sobre el mundo arábigo-pérsico y la fascinación que generó en la Francia del Siglo de las Luces, y me asomé al Imperio Chino a través de la comparación de un cuento de Andersen adaptado por el cubano José Martí. Todo conduce a todo. Esas lecturas, que me remiten a épocas remotas, arrojan luz sobre la problemática actual entre el Islam y Occidente (mi Dictionnaire de l’Islam tiene hoy las páginas muy usadas), y me permiten tener otra mirada sobre mis vecinos de origen argelino, tunecino, israelí o palestino…
Siempre hay una laguna que colmar, un malentendido que esclarecer gracias a los libros, y es en esos huecos y falsas certidumbres donde se alojan los estereotipos y prejuicios que conducen al hombre a tanto acto estúpido, odioso o criminal.
Pero he leído relativamente pocos libros de los que suelen calificar como “interculturales” en las bibliografías usuales.
Joel Franz Rosell
Escritor e ilustrador cubano residente en París
Mayo de 2008
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1 «A la rencontré de deux cultures, les romanciers beurs», par Alec G : Hargreaves. La revue des livres pour enfants. Paris, otoño 1990.