La Asociación Civil, Cultural y Artística «Grupo Fénix, que despliega su actividad teatral fundamentalmente en Guarenas (perteneciente al estado venezolano de Miranda), presenta por estas fechas un volumen titulado Gestación de tres dramaturgos, en el que se recogen las obras Cenizas, Entre ratas, Mis primeros asesinatos, Una manzana color tic tac y La obsesión de Laura, creaciones de los dramaturgos Noreida Flores, Fernando Nieves y Eduardo Espinoza.
Sirva la introducción, a cargo de Pedro Monge Rafuls, para asomarnos brevemente a los contenidos de esta publicación y a la producción dramatúrgica de la Venezuela actual.
Teatro venezolano del siglo XXI
Por Pedro R. Monge Rafuls
La cantidad de dramaturgos, puestas en escena y publicaciones del teatro venezolano de la segunda parte del siglo XX, presentan una variedad de estilos y técnicas que dejan constancia de su riqueza. Los últimos años del siglo pasado fueron testigos de manifestaciones de búsquedas artísticas específicas del escritor, director y actores que lograron efectividad y claridad lúcida.
Hoy en día muchos autores jóvenes se enfrentan al hecho teatral pensando que lo están renovando y creyendo ilusamente que se enfrentan a las técnicas de escritura dramática, que por años han probado ser efectivas a pesar de los distintos acercamientos a que se han visto sometidas. Hemos oído hablar negativamente del teatro sin dramaturgos, del drama sin conflicto, y tantas otras nimiedades que en lugar de infundir temor provocan pena. Hoy en día las adaptaciones de novelas, cuentos y otras narraciones parecen ser un logro para muchos; y escenificar la vida de un actor o actriz (performance) a cargo del mismo actor que la escribió, es creer que compiten con importantes obras. En esta primera década del siglo XXI, cuando agoniza el teatro de creación colectiva latinoamericano, negándose, lamentablemente, a morir, es interesante encontrar a tres creadores que localizan su forma de expresión a través del verdadero teatro, el que ni ha muerto ni ha dejado de ser perdurable. El teatro, que sin importar en qué estilo o cómo, logra enfocar todas las artes que se dan cita, presentación tras presentación, en ese instante mágico que es el teatro. Entre diálogos, acción y público, nos demuestran que tienen su autonomía y estatuto dramatúrgico personal. Estos dramaturgos venezolanos, en estos tiempos, nos están diciendo de la permanencia de técnicas, formas y estructuras dramáticas, tal como ha venido sucediendo desde que los griegos nos dejaron aquellas magníficas obras o que los pre-hispánicos escribieron Ollantay, la única (e ignorada) pieza que sobrevivió a la destrucción de la rica cultura del Nuevo Mundo por los colonizadores.
Dentro de un mecanismo dramático particular, pues no los podemos encasillar dentro de ningún grupo o movimiento artístico de la dramaturgia venezolana, Noreida Flores, Fernando Nieves y Eduardo Espinoza, nos enfrentan a un teatro que va más allá del regionalismo, con unas características sociales especiales, que sin hacer concesiones, nos muestran nuestra particular y rica idiosincrasia latinoamericana, donde parecen disfrutar al espiritualizar todas y cada una de nuestras grotescas cataduras humanas. Son dramaturgos que forman el último núcleo de creadores del teatro venezolano/latinoamericano, y que se encuentran buscando su propia poética, dentro y/o alrededor de diferentes formas de expresión escénicas, lo cual hacen a través de la temática o de la búsqueda de una positiva técnica de la escritura, tratando de salirse de la tradición temática que hasta ahora encontramos en la dramaturgia venezolana.
Las escenas en las cinco obras antologadas en este volumen son autónomas y operan en forma de golpe, de rebotes, para adentrarnos en los sucesos humanos existencialistas, que sufren un ejercicio artístico, al ser presentados como ya sucedidos, logrando un efectivo funcionamiento teatral a través de referentes culturales y sociales conocidos por los espectadores. El factor sorpresa conduce a tensiones y vivencias tramposas que apresan toda la capacidad de raciocinio de ese espectador, que siempre parece ser el fin último de estos tres dramaturgos.
Las obras de Noreida Flores nos llevan a un escenario de angustia y confrontación existencial. En el trastornado humor negro de Cenizas, aparecen los personajes esperpénticos en un primer plano con una contundencia tan locuaz como sórdida. Marionetas de una situación macabra movidas por perversas y enfermizas emociones familiares. El final es sorpresivo por cuanto puede ser hasta incomprendido, debido al rápido cambio de sentimientos y acciones humanas.
Entre ratas, otra obra de Noreida Flores que vi nacer en un taller de dramaturgia que dicté en Guanare, estado Portuguesa. El hombre-rata, animal metafísico, al tratar de hacer el bien a su amigo paradójicamente hace el mal al condenarlo a una existencia cruel, no deseada para ningún hombre. Entre ratas es un estudio psicológico de las relaciones humanas donde la ternura y el amor se entremezclan con las más bajas pasiones. El poder —incluso sexual— que Daniel logra ejercer sobre Eduardo, su compañero de celda, puede ser un ejemplo existencial espeluznante de/en la sociedad que nos ha tocado vivir. Pero, antes que nada, Entre ratas, al igual que Cenizas, es una obra de teatro escrita para lucirse en los escenarios frente a una audiencia que pudiera incluso hasta rechazarla por su acercamiento a la misma.
Mis primeros asesinatos, de Fernando Nieves, nos sorprende al principio por el vuelco que ocurre entre lo que esperamos y lo que sucede. La obra comienza con una detallada descripción escénica de un rancho debajo de un puente, que nos hace pensar en un camino de acción dramatúrgico que, de un golpe, deriva en un problema psicológico de persecución. La conversación de Nicolás con una silla, la entrada intempestiva de Josefina, que resulta su esposa adultera; luego, como una figura etérea, entra Juan, su amigo, el hombre con quien se escapó Josefina. La repetición de la venganza bajo distintas circunstancias, que en realidad son las mismas, nos ofrece la oportunidad de penetrar en el mundo mentalmente confuso del marido abandonado. El autor nos instala una y otra vez en un constante ciclo brutal, que lanza al personaje en medio de la violencia, el sexo y el miedo.
En Una manzana color tic tac, la otra obra de Fernando Nieves, el texto vuelve a plantear enigmas temáticos y técnicos: el adulterio, el desdoblamiento de los personajes y la memoria que se repite, y la tortura del personaje engañador, víctima del engañado. Se despliega el maridaje muy latinoamericano entre los lenguajes del naturalismo y la vanguardia con el criollismo. Pero hay más: esta obra nos enfrenta a la concepción actual del teatro moral, en un momento de transición nacional que, no obstante, no altera las relaciones de poder. Nos hace analizar cómo retoma motivos el abandono del deber por el marido-policía; enfrentándonos al emblema del macho en su compleja —pero, en este caso, complementaria— relación homosexual con la figura del otro macho. La obra comienza en el más allá y, al final de la misma, nos confronta con una pregunta clave: ¿pagaron los personajes con su muerte el pecado que cada uno vivió?
La obsesión de Laura de Eduardo Espinoza es decididamente una obra violenta dentro de esta antología, que se caracteriza por introducirnos en un mundo teatral sórdido. La trama es complicada por su sexualidad que el autor logra entremezclar con actos brutales, consecuencias de la más sofisticada concepción humana en busca de venganza, donde se plantean muy bien los antecedentes y los motivos sicológicos que nos llevan a excusar los hechos cometidos por Laura.
Cinco breves y logradas obras que se asoman y hurgan en los conflictos de la existencia humana, planteadas con mucho acierto y pulso crítico por nuestros tres autores. Un logro para la dramaturgia latinoamericana.