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Mi intervención en la dramaturgia cubana (ópera prima), surgió por la necesidad muy particular de tratar un tema, que al menos, no lo encontré expresado como deseaba: la integración de los artistas y personas de la cultura a la sociedad estadounidense. De hecho nunca pensé escribir y más que como una dramaturga, me veo como una actriz en primera instancia, que escribe textos dramáticos que adquieren la cualidad de puesta en escena. Me interesa la cognocibilidad del mundo, trato de verlo y entenderlo a través de mis preocupaciones, la diáspora, la eterna migración de los cubanos de todos los tiempos, la integración a mundos desconocidos, que tarde o temprano, se convierten en nuestra razón de ser y se integran a nuestra memoria y a nuestra herencia. Herencia que en mi caso, se puede descubrir, en la selección de la música, en el tema de la religión, como nosotros la vemos y la practicamos.
En fin, me preocupo por la búsqueda de la felicidad en el mundo que nos ha tocado vivir. Escribo para quien me quiera leer. Y ojalá que sean muchos. Crecí y me formé muy cerca del ambiente teatral cubano; ese periodo duró, entre una cosa y otra, desde los 70 y hasta casi el año 1991, cuando me fui a vivir a México y comencé a acumular otras experiencias. El comienzo. Teatro Estudio, el mismo lugar donde por primera vez vi una obra de teatro, se convirtió en mi casa, “Mi grupo de teatro”, como así le decía, con ese sentido de pertenencia. La impresión y admiración ante la excelencia de las puestas de Vicente Revuelta, Berta Martínez, el realismo y los juegos teatrales de Abelardo Estorino, lo variado y universal de su repertorio. El amor por los clásicos heredado de mi tío Humberto Arenal y el estudio con Humberto Rodríguez, mi primer maestro de teatro, quien me inculcó el método, como si hubiese sido pupilo de Stanislavski. Unos años más tarde Raquel Revuelta nos mostró a sus discípulos del ISA la sencilla complejidad de Bertolt Brecht, los recovecos del teatro psicologista norteamericano hasta la pasión satírica de Muñoz de Seca y otros autores españoles.
Seguía también muy de cerca, las diferentes propuestas de Eugenio Hernández Espinosa, Flora Lauten con un teatro “diferente”, espectacular, del Ballet Teatro de la Habana, bajo la dirección de la bailarina Caridad Martínez y Carlos Díaz y la inolvidable puesta de A Moscú.
Muy temprano, conocí el teatro de Carlos Felipe y me rendí ante el encanto de su extraordinaria teatralidad, su envidiable capacidad para enriquecer la realidad. El impacto del intercambio con grupos que asistían al Festival de Teatro de La Habana: de La Candelaria al Yuyachkani o el San Francisco Mime Troup y Rajatabla.
La etapa de mi peregrinaje, que ya resulta en demasiado tiempo, ha influido en mi, más de lo que yo misma pensaba, apegándome a la teoría de la cultura de la periferia. Me sentía incapaz de integrar nada más a mi experiencia, deseaba mantenerme impermeable, por así decirlo, pero como es lógico eso no sucedió. De pronto descubro, que desde México he creado nuevos amores, al pensar en mi música, esa indispensable para mis textos, pienso tanto en Carlos Varela, como en Manzanero o Chabela Vargas. Y en Coyoacán o Mérida, pueden transcurrir alguna escena de mis obras, sus tradiciones culinarias podrían asomar la cabeza, de la mano de Ninón Sevilla.
En Los Angeles, California, que es donde más he vivido, después de mi Habana, se reforzó en mí el gusto por los montajes donde los personajes juegan entre el método y la espectacularidad, el teatro dentro del teatro, el gesto preponderante que habla y es apoyado por los textos de canciones y dan solución a las situaciones dramáticas. Mi obra El Reina María, inspirada por un poema de Maricel Mayor, toca el tema de la guerra, lo terrible de la guerra, y la “normalidad” que seguimos viviendo, a pesar de tal espanto. En Los Angeles, conocí más a los autores cubanos que en Estados Unidos escribían en español: La otra historia, de Pedro Monge, donde la ciudad aparece en calidad de protagonista y los santos afrocubanos interactúan en la vida cotidiana. O Su cara mitad, de Matías Montes Huidobro, o Tula la peregrina, de Raúl de Cárdenas, o Ana en el trópico, de Nilo Cruz. Ya todo ese teatro forma parte de mi memoria, y por supuesto, debe haber algo de ellas en lo que escribo.
Denominadores del teatro cubano: La familia, La busqueda de la felicidad, El reencuentro. Una de las constantes más recientes del teatro cubano, a mi juicio, es el desamparo por la diáspora. En la isla, muchas salas de teatro quedaron vacías en los noventa. Un gran número entre los que nos lanzamos a otros horizontes, perdió el rumbo, se desperdigó y no se ha sabido más de ellos. Con frecuencia entonces, comenzó aparecer en el teatro cubano el tema de el reencuentro
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Yvonne López Arenal se inició en el grupo de aficionados Olga Alonso. Egresada del Instituto Superior de Arte como actriz, se desempeña en el grupo Teatro Estudio y actúa en cine y televisión. Ha intervenido entre otras, en las películas Cartas del parque, de Tomás Gutiérrez Alea, La crin de Venus, de Diego Arché y Emerald Cut, de Arturo Barquet. En California, donde residió entre 1993 y el 2003, fue miembro de la directiva del Instituto Cultural Cubano. Ha trabajado como actriz en más de veinte obras cubanas y dirigido, entre otras, Réquiem por Yarini, de Carlos Felipe, en Los Angeles, y escrito y dirigido Gaviotas habaneras (2002). Ha publicado El Reina María (revista Baquiana, 2005). Entre sus piezas inéditas se encuentran Café Tuluz, El idilio de la diva y Bejucal-Habana-Manhattan-New York.
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Yvonne López Arenal, Revista Primer Acto, No. 311 V/2005, p. 108. España, 2005. «Dramaturgias cubanas». «Seis autoretratos». Nara Mansur. Salvador Lemis. Ulises Rodríguez Febles. Yvonne López Arenal. Amado del Pino. Norge Espinosa. Primer Acto 311 en «Cuba: juego de espejos. Cuba material en siete autores.» Primer Acto 311 (2005): 96-108. Autora: Rosa Ileana Boudet.